Si a principios de abril le dijeran al Real Valladolid que a falta de dos jornadas defendería posición de play-off, aquel atrevido habría sido denominado como loco. Porque el Pucela no se había encontrado pese a los muchos meses de competición y estaba muy perdido. De bandazo en bandazo, inmerso en una montaña rusa y sin encontrar la regularidad necesaria.
Pero hace unas semanas todo eso cambió. El varapalo sufrido en la visita al Sevilla Atlético despertó a un equipo que deseaba que la temporada finalizase para centrarse en la siguiente. Aquella goleada encajada tocó muchas fibras e hirió el orgullo de una plantilla que en algunas fases del curso ha demostrado saber jugar.
Dudas en la portería, en la defensa, en el centro del campo y en la delantera; casi nadie se salvaba. Solo un Raúl de Tomás con hambre de demostrar que Paco Herrera se había equivocado no contando con él desde el principio tanto como ahora. Un Jose sin experiencia en la categoría tiró de un equipo que dejó de estar triste cuando Espinoza se incorporó al once. La paciencia con el argentino ha tenido premio y ahora es uno de los jugadores vitales en la escuadra blanquivioleta.
El ataque estaba recuperado para la causa, pero faltaba la defensa. Tras muchos encajes de bolillos, el técnico catalán ha apostado finalmente por los cuatro hombres más retrasados que, junto a un Becerra con confianza a ratos, son los encargados de fabricar un muro para no sufrir atrás. También requieren de la ayuda de un Leão que, con la ayuda de Jordán ,se encuentra más liberado para hacer su verdadera tarea: destruir el juego rival y aunar las fuerzas de los suyos.
Al final, pese a una temporada no muy buena, el Real Valladolid llega al tramo definitivo de la temporada con todas las esperanzas para colarse en el play-off. La visita al Reus y el último partido en casa contra el Cádiz resultarán definitivos en su lucha por lograr un objetivo en el que, ahora más que nunca, afición y plantilla creen.