He decido ahora que vengo todas las tardes, dar una sorpresa a mis tíos y pintar la verja de la finca que llevaba muchos años sin adecentar y tenía muchas zonas oxidadas.
Y aquí la tengo a mi lado, observando como muevo el cubo y me mancho las manos con la brocha. He elegido un color azul intenso, como el de los paquetes de Ducados.
Qué gozada es ir viendo como poco a poco como los metros se van cubriendo de ese color tan estimulante, en algunas zonas voy a tener que dar dos manos, las que tienen más acceso a la zona de sol.
Qué fácil ha sido para mis amigos lectores aconsejarme que la haga chuletillas, que cuando será la barbacoa o que no la meta en casa que luego no querrá salir nunca.
Tiene más sentido común que muchos de ellos. No habla, pero la entiendo, no gesticula, pero comprendo sus movimientos.
Ayer cuando aparqué en la zona de sombra vino hacia mí, hay cosas difíciles de entender.
Tenía los cuernos pintados de azul. Había abierto uno de los cubos y no logro comprender como sin mancharse ninguna parte de la cabeza, aparecían perfectamente perfilados los dos cuernos.
No dije nada. Ni el menor atisbo de sorpresa o de incredulidad.
Yo tampoco digo nada cuando un amigo se hace un piercing o se tatúa una leyenda en un hombro. O respetamos las decisiones personales y animales o mal vamos.
El pasado jueves por la tarde en la chocolatería de El Castillo una mujer mayor tenía entre sus piernas a un perro muy pequeño recién salido de peluquería. Mitad de churro para ella mitad para el can. Y qué vamos a hacer. Si el chucho es feliz y ella también, lo que pensemos los demás para ellos es lo de menos.
Si un hombre de sesenta años muere corneado en Olmedo o si un joven a ciento cuarenta kilómetros a la hora sin cinturón y ebrio se estampa con una farola y fallece, qué podemos hacer nosotros.
Cada uno es muy libre de tomar las decisiones que quiere y exponerse a lo que le pida su adrenalina. Más de veinte turistas han muerto en Europa este verano por hacerse selfies en acantilados, montañas y parajes increíbles.
A veces pienso en los amigos y familiares que van a los entierros a consolar a la madre.
Lo más normal será decir a la madre que vaya hijo o hija más tonto tenía, pero lo adornamos con desgracia, destino y sufrimiento.
Mi vaquilla sabe que la gente muy de derechas solo quiere para ellos lo mejor, defender las tradiciones, los encierros, la fiesta popular y el regocijo de los jóvenes subidos a camionetas con el móvil bien preparado para en cuanto haya algo de sangre subirlo los primeros a las redes.
Un tío de mi vaquilla murió este verano ahogado en una fiesta del levante en donde engañan al astado hasta que cae al mar. Ya no salió nunca de allí. Mejor dicho salió muerto, asfixiado.
Bueno, voy a seguir pintando la verja, que en breve se hará de noche y me voy al río con LUNA.