"El mundo es una merienda de negros". Es una frase que escuchaba en mi casa cuando era niño. Han pasado un montón de años, de décadas y la miseria, el hambre, la persecución y la injusticia terrenal siguen campando a sus anchas. En términos generales, en los países desarrollados vivimos demasiado bien y en el denominado Tercer Mundo hay millones de personas que sobreviven en la más extrema indigencia.
Algo ha cambiado en todo este tiempo, a los países más necesitados también ha llegado la televisión y, sobre todo, internet. Allí, las nuevas generaciones -y las veteranas- pueden contemplar imágenes tremendamente descriptivas sobre cómo nos las gastamos en los territorios privilegiados del planeta, cómo se visualizan los excesos que frecuentan las redes sociales o la banalidad y la enorme tontería que nos acompaña con tanta frecuencia.
Por no citar otros lugares del planeta, la imparable migración entre África y Europa de personas que buscan una vida mejor se ha convertido desde hace demasiados años en un problema imposible de resolver. A los hechos me remito. Según datos oficiales del Ministerio del Interior, en lo que va de año el incremento en el número de inmigrantes llegados a España ha crecido casi un 20 por ciento. En Canarias, Baleares, Ceuta, Melilla y en algunas provincias de Andalucía la situación es insostenible a medio plazo. Sólo a las "islas afortunadas" se estima que a lo largo de 2023 podrían llegar unos 30.000 subsaharianos.
El Gobierno es incapaz de dar una acogida razonable a las alrededor de 35.000 almas que han llegado -principalmente en patera- a nuestro país en los primeros nueve meses del año. No es sólo un problema español o italiano, es una crisis europea, que se intenta atajar desde las altas instancias de la UE regando con millones de euros a los países que pueden contener el éxodo de tantas personas, personas que no hacen nada diferente a lo que haríamos cualquiera de nosotros en su situación. Y a todo esto, sin olvidar las centenares de vidas que se cobran las aguas del Atlántico o el Mediterráneo.
Para aliviar la presión en las zonas de llegada de pateras, el Gobierno reparte migrantes por todo el territorio nacional, alojándolos donde puede, por ejemplo en el Balneario 'Palacio de las Salinas' de Medina del Campo (si no lo conocen ustedes, busquen en Google). En este caso -a menudo ocurre- la gestión se ha realizado sin una comunicación formal al ayuntamiento. Olé la lealtad institucional. El alcalde medinense ha protestado.. Con razón.
España es un país solidario, sólo hay que contemplar la cantidad de voluntarios que ayudan a Cruz Roja y a otras organizaciones no gubernamentales en la tarea de acoger de la mejor manera posible a los migrantes. También están desbordados. La situación es más crítica de lo que se escucha en los medios de comunicación, me asegura un amigo periodista canario. Hay días que llegan un millar de personas a las costas nacionales.
La bola va creciendo y quienes deberían resolver el problema lo único que hacen es poner dinero -el de todos, por supuesto-, sea para pagar las estancias en sobrepasados centros de acogida o en hoteles, sea para enviar millonadas de euros a los a veces dudosos gobiernos de los países del Magreb o del Sahel, sea para comprar cierta estabilidad termporal... ¿No hay fórmulas más sociales de realojar a los migrantes? ¿No se puede reutilizar tanto edificio público sin uso para acoger a estas personas?
Cuando en cualquier lugar del país se intenta abrir algún centro de migrantes, muchos vecinos se oponen frontalmente. Los políticos se van por la pata de abajo -con perdón- y habitualmente se echan atrás. Gran parte de la ciudadanía no quiere saber demasiado de este asunto, que lo solucionen las instituciones, a ser posible lejos de mi casa... Lo que ocurra con las próximas generaciones, que lo resuelvan ellas, será su problema.
No hay remedio sencillo. La inmigración podría ser parte fundamental de una solución para paliar las patéticas cifras de natalidad de la sociedad española, pero una inmigración regulada de alguna manera inteligente y sensata. Los gobiernos afectados, todos, están desbordados con la situación. Las mafias -y algunos dirigentes norteafricanos- que controlan el tráfico de pateras a través del mar se están forrando. Literalmente. Nosotros, de forma habitual, miramos hacia otro lado. Hay que vivir...
Siendo un chaval veía en mi casa la revista 'Mundo Negro', fotografías de niños padecidendo hambruna, Biafra, el paradigma de la miseria de la época. Ahora compruebo con cierta tristeza, después de tantísimas lunas, que el mundo sigue siendo una merienda de negros... Menos mal que también hay un montonazo de personas entre nosotros que aportan su granito de arena para paliar tanta injusticia social.