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Clásico

Reflexiones de café

Por Javier Calles-Hourclé

Conversaciones pucelanas


Tenía varias razones para asistir a la charla 'Vallisoletanías de ayer, hoy y siempre'. La primera era conocer personalmente y darle un apretón de manos a José F. Peláez, a quién descubrí hace algunos años, Diego Chiaramoni —otro paisano enamorado de esta ciudad— mediante. La segunda, su título; hermano del del libro que reposa en mi mesa de luz —vaya la verdad por delante— esperando a salir a la cancha bajo las mil páginas de 'Una historia argentina en tiempo real' de Fernández Díaz, y cimentado en la palabra perfecta: vallisoletanías. Agradezco que tamaña responsabilidad cayera en José, porque me dan escalofríos de pensar qué hubiera sido de él en mis manos: ¿Vademécum vallisoletano?, ¿Vallisoletadas? ¡Espeluznante! La última, tener una excusa para volver al edificio de la Facultad de Derecho en el que me recibieran como estudiante extranjero hace trece años.

La ciudad es la primera en percibir que ocurrirá algo importante y bendice la jornada con un manto de niebla. Mientras que este cronista, menos perspicaz, lo nota recién cuando se topa con una fila de asistentes que dobla por los pasillos del primer piso —si ya debería saberlo, los vallisoletanos son muy suyos—. A punto de entrar, el Aula Mergelina se rinde dejando más de cien personas, entre las que me encuentro, sin acceder; aunque la coartada de escribir este artículo me franquea el paso y me hace acreedor de un lugar en el suelo de la sala, desde el que tomar notas como en mis años de estudiante de farmacia. Lo siguiente que noto es que ya no aguanto tan bien una hora sentado en el suelo. Sin embargo, José y Enrique Berzal tuvieron la indulgencia de hacerla tan entretenida como para notarlo recién al ponerme de pie.

La conversación "no está preparada", se sincera Enrique —ni falta que hizo—, y comienzan a discurrir sobre la que Umbral definiera como "la ciudad para empezar a conocer Castilla". El primer punto es la belleza de la dama. Valladolid, a ojos de este pucelano por elección, pertenece al universo de damas distinguidas cuya belleza no descansa en la exuberancia, sino sobre una discreta elegancia que el visitante debe desvestir. "No es muy bonita, pero...", deja flotando en el aire Enrique, como preámbulo estándar del pucelano que se presta a mostrar la ciudad. Una especie de intrínseca necesidad de pedir innecesarias disculpas de anticipo por no tener un casco histórico salmantino. Mientras que José la define como "de belleza contenida" y a la que no le dirías: "ole que bonita", pero "nos gusta así [...]. La catedral no está terminada, pero a nosotros nos gusta así [...], disfrutamos explicándosela a los visitantes y la acabamos con nuestra imaginación".

La siguiente cuestión, antropológicamente fascinante, es el efecto que la fisonomía de la ciudad, el clima de la región y la geografía castellana tienen sobre sus gentes. "Tener un edificio plateresco al lado de un contenedor de la basura [...], el verde, los páramos y las montañas de Castilla, nos hace eclécticos, universalistas, y así se evitan los nacionalismos, que son el germen de la maldad del S. XX [...]. No se puede ser nacionalista cuando cruzas el océano y sigue siendo Castilla [...]; porque, para mí, cuando juegan Boca y River es un derbi castellano". Y por supuesto que se habló de los hábitos que resumen la esencia vallisoletana: como el de chatear con claretes, incluso malos, que sirven de excusa para charlar con los amigos; de la niebla, la cencellada y el frío que hacen arquear la cerviz y levantar la mirada lo justo para saludar por la calle con un "hasta luego", en lugar de con un "hola", a los amigos, incluso a familiares, en medio del invierno inclemente, o porque entre pucelanos muchas veces "no hay nada que decirse"; o de la gracia castellana dispensada por un camarero, que a menudo hace necesaria "una instancia del arzobispado para poder pedirle una caña". Y del complejo arte de "ligar en Valladolid".

Por la conversación también desfilaron Juan de Juni y Gregorio Fernández, transformadores de la Semana Santa vallisoletana en una obra de arte ambulante; Cervantes y su primera edición del Quijote dispuesta en esta ciudad; Delibes, Pérez Pellón, Jiménez Lozano, Manuel Leguineche, Francisco Umbral y otros miembros del Grupo Norte 60 que 'socavó desde dentro el régimen franquista con sus columnas'; Elcano, a quién José tuvo la gentileza de buscarle casa en su artículo 'La casa de Elcano en Valladolid'; Quevedo, Góngora, Zorrilla, Larra, Gellida, Luis Pérez y... ¿sabe qué? Hasta acá les narra este cronista. Haber ido a la conferencia, que además de valiosa fue gratuita, porque, aunque Valladolid sea dama castellana, no está de más hacerle la pelota de vez en cuando.

Espero que con estas palabras haya sido capaz de despertarle el gusanillo, y de esta forma saldar mi deuda de cronista. Si así fue, no debe preocuparse; porque lo mejor de todo es que esta charla no ha terminado, sino que continúa en las bellas páginas del libro Vallisoletanías de José o en cada artículo que Enrique y José nos regalan periódicamente en el Norte de Castilla, hasta que, en un próximo día de niebla, se repita esta acertada iniciativa de Ana María Iglesias Botrán, directora de la Universidad Permanente Millán Santos y organizadora del evento, y volvamos a encontrarnos. Porque Valladolid es mucho más de lo que se dice, y aunque creo que esa discreción le sienta bien, no conviene exagerar.