Luis Rubiales perdió los papeles tras la victoria de la selección femenina de fútbol ante Inglaterra en la reciente Copa del Mundo. Primero se mostró como un auténtico ultra en el palco, cogiéndose sus partes, gesticulando y gritando como un poseído por el maligno. Después, su desmedida euforia le llevó a plantarle un beso en la boca (un pico) a la futbolista Jenni Hermoso. Se quitó el traje de presidente y se enfundó la camiseta de trasnochado hooligan.
Tanto la futbolista como su familia (madre y hermano) han intentado quitarle hierro al asunto públicamente con el fin de no empañar el gran éxito deportivo que ha supuesto para el fútbol femenino español ganar el mundial. El resto del planeta, salvo las excepciones de rigor, ha pedido la cabeza rapada de Rubiales. Lo cierto es que estamos hablando más del citado pico que del mérito de las 23 chicas que han llevado el deporte español a lo más alto, con el enorme mérito y significado que conlleva.
Periodistas, tertulianos, representantes del mundo del fútbol, políticos y demás han puesto a caldo al presidente de la Real Federación Española de Fútbol. La petición de dimisión es prácticamente unánime. La vicepresidenta del Gobierno en funciones, Yolanda Díaz, ha solicitado formalmente su inhabilitación (Sumar, al igual que la Escuela Nacional de Entrenadores y el ex arbitro Estrada Fernández, ha presentado una denuncia en el Consejo Superior de Deportes).
Desde violencia sexual a abuso de poder, de agresión física a violencia machista, impresentable, gañán, descarado, la peor imagen de la marca España, etc., Rubiales ha recibido la sentencia de una mayoría social. El PP y el PSOE están de acuerdo por una vez en algo. El tema motivo de conversación en bares, piscinas y playas no es el futuro político de España si no el desconcertante beso del presidente de la RFEF a una de las leyendas del fútbol femenino patrio.
Rubiales no va a dimitir voluntariamente. Dispone de uno de los mejores empleos del país (de todos los países) y ya ha organizado una asamblea extraordinaria de la federación que le permita corregir el rumbo del actual relato social. Otra cosa es lo que haga el CSD, en manos del Gobierno, que estudia si trasladar el asunto al Tribunal Administrativo del Deporte (TAD) para que decida sobre una posible inhabilitación. Hasta la fecha, por otros líos, el PSOE ha defendido a capa y espada al presidente de la RFEF.
Rubiales se siente acorralado, nunca ha estado tan aislado. Espera que la tormenta amaine, pero las palabras de Pedro Sánchez tras la recepción oficial en Moncloa a la selección femenina le han acojonado de verdad. Sabe que el chollo de su vida podría terminar de manera abrupta. Lo mismo que ocurrió con el anterior presidente, Ángel Villar, que fue inhabilitado por el CSD después de 30 años en el cargo (había sido imputado por la justicia).
Somos un país único. Ahora que nos estamos jugando ser, junto a Portugal y Marruecos, sede de la Copa del Mundo de Fútbol de 2030, salta este escándalo. Rubiales fue elegido en votación por los estamentos del fútbol gracias a un anacrónico sistema electoral que beneficia descaradamente a quien ocupa el cargo. Y los dirigentes políticos nacionales, como es habitual, no están para corregir determinados abusos institucionalizados.
Rubiales debería dimitir. O quienes tienen la potestad de hacerlo, obligarle. Metió la pata de forma grotesca y pública, pidió disculpas obligado, tarde y con la boca pequeña, pero como el tema ha trascendido a la galaxia... Dicho todo esto, estoy hasta el gorro de las condenas del telediario y, más aún, de los modernos tribunales de la moral de la posverdad en este país todavía llamado España, como dijo el poeta.