Construir muros
El pulgar hacia arriba de Puigdemont ha permitido la penúltima cabriola del trapecista más virtuoso de nuestra política, que ha conseguido clavar otro triple mortal sin red: ser investido con mayoría absoluta tras perder unas elecciones. Habemus papam, ese hombre que hablaba de "reencuentro perdón y medidas de gracia", por la gracia de Miriam Nogueras: "no tiente a la suerte". Y el Vicario de Cristo, perdón de Junts, rectificó de inmediato. El "diálogo" pasó a ser "negociación" y el "reencuentro" se tornó en "conflicto político". Y los fieles que aplaudían lo primero, aplaudieron también lo segundo. Es lo que tienen las religiones. Palabra de Dios.
A quienes tuvimos la dicha de escuchar el discurso de investidura de Sánchez nos fue revelado el nuevo dogma: todo vale para impedir que gobierne la derecha. O dicho en palabras del elegido, todo vale para "frenar la ola ultra que pretende encerrar a las mujeres en las cocinas". Es el lema de la nueva cruzada para liberar a las castellanoleonesas, a las valencianas, a las extremeñas, a las baleares, a las aragonesas... Todo para desatar de la pata de la cama a esas mujeres que hoy viven, en las regiones que el PP gobierna con Vox, siempre embadurnadas de harina y con las manos en la masa.
Titulaba el otro día el diario oficial, y es posible que algún día el único, "Sánchez alumbra la amnistía". Porque vivíamos en la oscuridad, las tinieblas cubrían la faz de España, hasta que llegó Sánchez y dijo hágase la luz. Y la luz se hizo. Si hubiese que resumir el discurso de Sánchez en una idea, podría ser que gracias a la amnistía se hizo la luz y se acabó el cambio climático. Pero yo tal vez me quedaría con la más prosaica de que, en aras de la convivencia, en pos del diálogo, Sánchez va a construir un muro.
Esto de los muros siempre ha sido muy del agrado de algunos. Que se lo pregunten si no a Yolanda, la autora de "el comunismo es la igualdad y la democracia". Le gustaban también mucho a Pablo Iglesias, muy fan de juego de tronos, hasta que se le dejaron, a él, a Ione, a Irene y a Lilith, al otro lado del muro de hielo, junto a los salvajes y los muertos vivientes, fuera de los Siete Reinos.
Decía Kennedy, ese presidente al que quería emular Sánchez en sus primeros vuelos en el Falcon, en escenografías diseñadas por Iván Redondo, que "la democracia no es perfecta, pero nunca hemos tenido que levantar un muro para encerrar a nuestro pueblo". Ahora Sánchez nos ha explicado que él sí que va a construir un muro y que además lo hará para defender la democracia.
Sánchez es ya el nuevo presidente de un país en el que 11.150.000 ciudadanos votaron el julio a partidos de derechas, 10.800.000 a partidos de izquierdas y 1.500.000 a partidos separatistas o independentistas, de derechas y de izquierdas. Va a presidir el Gobierno de un país en el que el PP tiene mayoría absoluta en el Senado que, como el Congreso, también representa al pueblo español. Un país en el que 12 de los 17 parlamentos regionales tienen mayoría de derechas. En el único lugar de España en el que su partido tiene mayoría absoluta es en la tierra de García-Page. Y su pretensión es construir un muro frente a la derecha. Pues más le vale ir encargando ladrillos y poniendo a Yolanda a hacer mortero, porque tienen tremendo curro por delante.
Cuando Sánchez llegó por primera vez al Gobierno, Vox no tenía ni un solo diputado, ni un escaño regional. Y cinco años después, en su discurso de investidura, va el presidente y se pregunta que "¿cómo es posible que la derecha y la ultraderecha avancen y tengamos ahora mismo gobiernos autonómicos y gobiernos locales en manos de una derecha y una ultraderecha que no creen en el autonomismo?".
Pues igual presidente, eso es lo que pasa cuando uno se empeña en dividir a los españoles entre buenos y malos, entre seres de luz y orcos tenebrosos, entre santos y pecadores. Es lo que tiene la inquisición, que produce herejes. Cuando uno levanta muros, siempre deja a muchos al otro lado. Y es posible que los muros tengan alguna ventaja, pero desde luego no serán nunca instrumentos para el diálogo y la convivencia. Los muros producen monstruos. Y si tenía usted alguna duda, escuchar el miércoles los dislates de Abascal, su mejor aliado en esta enloquecida deriva, su herramienta más útil para seguir en el poder, podría ayudarle a despejarla.
No parece muy lógico predicar la concordia y celebrar los cordones sanitarios, alabar la diversidad mientras se divide el país en buenos, que son Bildu, ERC y Puigdemont, y malos, entre los que están los ocho millones de españoles que votaron al PP. Partir el país en dos es lo contrario de unirlo, por mucho que se empeñe el presidente y por mucho que esto haga felices a sus socios. Y desde luego, es todo lo contrario de la tolerancia.
Decía Jean-François Revel, en su día militante socialista, que "la ideología es una máquina de rechazar los hechos siempre que estos puedan obligarla a cualquier modificación. Sirve también para inventarlos, siempre que esas invenciones sean necesarias para perseverar en el error". La ideología. Esa que permite a algunos creerse que, como dice Sánchez, todo vale para frenar a la derecha.
Pero decir todo es decir mucho. Ya sabemos que para frenar a la derecha ha valido mentir. Ha valido pactar con Podemos y hacer vicepresidente a Pablo Iglesias. Ha valido pactar con Bildu, si quiere se lo repito veinte veces. Han valido los indultos, eliminar la sedición del Código Penal y modificar la malversación, que ahora ya sabemos que no fue para homologarnos con el derecho europeo. Ha valido la amnistía y pactar un Gobierno de España en Bruselas con un delincuente prófugo. Y vale también ponerse a construir muros.
Y siguiendo esta lógica, ¿qué puede valer en el futuro? Se lo pregunto a los votantes socialistas. ¿Qué van a estar dispuestos a admitir en los próximos años con tal de que no gobierne la derecha? ¿Cerrar los medios de comunicación que no predican la verdad revelada? ¿Ilegalizar partidos políticos? ¿Encarcelar a los disidentes? ¿Quieren que siga? Cuando uno decide que el bien supremo es impedir la alternancia y mantenerse siempre en el Gobierno, a cualquier precio, pueden ocurrir muchas cosas. Pero una es segura: se acabó la democracia.
En el discurso de Sánchez no hubo nada de diálogo, ni de concordia, ni de tolerancia. Ni tampoco ninguna explicación de cómo van a beneficiar los cheques en blanco para sus socios al resto de los españoles. No escuchamos nada respecto a construir viviendas, eso que en campaña iba a ser el eje de la legislatura. Pero mucho de construir muros.