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La mujer, aval y garante del recuerdo

Abuelas y madres se han convertido a lo largo de la historia en depositarias de la transmisión oral, de las costumbres, cuentos, canciones populares y tradiciones

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La mujer, aval y garante del recuerdo
Esmeralda Folgado, narradora y artesana responsable del proyecto Lana y Candil. Foto: Miriam Chacón.
Juan López / ICAL
Lectura estimada: 6 min.

"La tradición oral forma parte de nuestro folclore. Yo siempre fui una "escuchaviejas", ilustra Esmeralda, en tono cariñoso. "Por eso, todo lo que me han contado aquellas señoras y mis tías, ahora lo transmito yo a los niños y nuevas generaciones en forma de cuentos y canciones". Bajo el pórtico de la ermita del Cristo de San Vitero (Zamora), junto al ronroneo de sus gatos, escarmena y carda la lana que le acaba de llegar de Extremadura, ya lavada, y posteriormente le da forma con la ayuda del huso. Y así empieza un espectáculo que mezcla la canción popular y los cuentos de antaño con el oficio ya casi residual, desafortunadamente, de la lana, que le enseñó su tía Tomasa, con quien compartió muchas de estos relatos.

Esta es la historia del recuerdo vivo de aquellas mujeres que custodiaron y fueron garantes de la transmisión oral de las costumbres y tradiciones de un pueblo, de una tierra rica gracias a sus ancestros. Abuelas y madres que se han convertido, a lo largo de la historia, en depositarias de la transmisión oral, de los cuentos, canciones populares o la cocina más auténtica que aún permanecen en el imaginario común de Castilla y León. Esmeralda Folgado, Pilar Pérez, de Mayalde, Aurelia Matellán, Pilar Panero o María Salgado son algunas de las féminas que han trabajado por mantener la esencia de su identidad y de su pueblo mediante la narración y poder contarlo a quienes llegan después.

Esmeralda llama la atención por su juventud. "Disfruto narrando", inicia, mientras entrebusca en una de sus cajas muñecos y patucos de lana. Reside en la antigua casa del ermitaño, ahora restaurada, a las afueras de este pueblo alistano: "Es un lugar de paz". Sostiene que no fue hasta la explosión de la pandemia cuando se planteó poder trabajar en ello, como cuentacuentos, expresando a niños y adultos relatos que a ella le referían, con gran cariño, las mujeres del pueblo, junto a su regazo, como el de 'La cabra montesina' o 'Cuentos de lana y lobo'. "Yo soy maestra y siempre he cantado a los niños en el aula, pero nunca pensé en dedicarme a ello", rememora.

Con los primeros meses del Covid y el encierro, surgió la posibilidad de hacer un espectáculo por streaming en el Teatro Principal de Zamora, que alternaba con otros artistas. "Estábamos otra persona, el operador de cámara y yo, en un teatro vacío. Era alucinante", apunta, pero no olvida que "para que un cuento sea un buen cuento, tiene que estar bien contado".

Folgado ultima un nuevo espectáculo que se denominará 'Contar para contar', en el que todas las protagonistas son mujeres; y pone el foco en las alistanas. "Siempre hemos estado trabajando, pero desde un segundo plano. Nosotras hemos contribuido a ese patriarcado", señala, e invita "a que cada uno se mire lo suyo, porque en esta comarca, tanto hombre como mujer, han participado juntos de todas las tradiciones".

Mientras peina la lana y muestra la mueca en la punta del huso, que "no dejaban utilizar a las niñas para que no la rompieran", Esmeralda menciona varios de los "cientos y cientos" de anécdotas que atesora en su mente. "Con el paso del tiempo, le das más importancia a algunas de las historias que te contaban de pequeño y que en ese momento no lo veías. De hecho, ahora piensas cómo le contaban eso a un niño". Entre ellas, se refiere a una que le contó el 'Tío Valentín', que fue un 'niño biberón' en la Guerra Civil, antes de cumplir los 18 años, y luego tuvo que hacer la mili: "Nos contaba que aprendió a fumar en el frente porque el olor del tabaco camuflaba el hedor de los muertos". También cuenta a los niños que de pequeña tenía controlado el nido de un jilguero con huevos, pero un día se asomó y "había un cuco que le gritó en la cara". "Son historias que te ayudan a crecer, porque yo no sabía que un cuco se comía los huevos para quedarse con el nido", relata.

Aurelia Matellán.

Hilandares y filandones

Los hilandares y filandones recogieron la idiosincrasia de cada pueblo, espacios en el que, principalmente mujeres vecinas, narraban sus historias y sus cuentos largos, cortos, tristes o alegres, mientras cocinaban, cardaban la lana o tocaban música. "La tradición oral es muy efímera. Y en Aliste la gente no valora su autenticidad. Tenemos algo que otros quieren recuperar y no pueden. Y se pierde en solo una generación", advierte.

En este punto pone en valor el papel de las "recordadoras" que, ironiza, fueron pioneras en el "primer plagio", pues acudían a las obras de teatro y otros espectáculos y "Luego lo contaban todo en casa al resto de la familia". En muchas casos eran las únicas que sabían leer.

Mientras se viste con el colorido mandil 0barrendo' típico de Aliste, reivindica el trabajo de los cuidados, "nunca valorado" y que todas las mujeres hacían en casa con sus hijos tras "ayudar al hombre en las tareas del campo o con el ganado". "Hay que resignificarlo", apuesta.

Aurelio Matellán, la cocina de la abuela

Aurelia Matellán se mueve por su hotel-restaurante, en Villaralbo (Zamora), saludando a los comensales. Se detiene con dos de sus habituales clientes, que le preguntan por su salud, y entablan una conversación: "Yo estoy muy bien, pero el médico me ha dicho que cuando iba a ir por la consulta", comenta ella, a lo que uno de ellos contesta: "Si estás regular y vas, te ponen mal, y si estás bien, te ponen peor", ironiza.

Original de Rabanales y con 82 años, ha estado toda su vida en la cocina, oficio que aprendió gracias a su marido, cocinero extremeño al que conoció durante su etapa en Barcelona. Allí emigró de niña, a un colegio de monjas, y más tarde trabajó en el cuidado de escolares.

Su plato estrella son los garbanzos de Fuentesaúco, cuya marca de garantía incluso la ha homenajeado por la promoción que realizó en el programa Master Chef de TVE, en el que participó. Como finalista, elaboró una caldereta de lechazo, otro que se la "da muy bien". Ahora, decenas de fotos de aquella edición presiden la entrada el local, junto a maillots de ciclistas que se han alojado en el hotel en diferentes carreras sobre dos ruedas.

Es uno de sus hijos el que continúa con la gestión y la cocina de Casa Aurelia, lugar al que muchos acuden para "pedir una foto" con ella. Ahora transmite sus conocimientos a la decena de trabajadores del establecimiento, en otro ejemplo de transmisión oral, con el fin de que la denominada cocina de la abuela se mantenga en lo más alto.

A pesar de su edad, no fue hasta hace tres años cuando se alejó definitivamente de los fogones, aunque todavía "entra y se hace algo para ella misma" cuando le apetece. "Sigo ayudando un poco, me sirve para estar activa", relata, mientras se escucha de fondo a 'Larry', su guacamayo, que saluda, dice 'hola' a los clientes y también les despide, con su particular parloteo.

Depositarias del cancionero

Ejemplo relevante de mujer depositaria del cancionero es Pilar Pérez, del grupo Mayalde, quien ensalza la labor de aquellas que la precedieron, como su madre, que "ha sido un poco cantarina" y la ha "transmitido su carácter y su trabajo en las matanzas". "La mujer siempre ha tenido un papel protagonista de la voz cantante, las que nos han transmitido la mayor parte de las vivencias. Son las garantes de estas costumbres", defiende Pérez.

Recuerda que, junto a su marido Eusebio, empezó a cantar en grupos en misas en las iglesias y, tras seis años en 'Tronco seco', empezaron a dedicarse a la investigación por libre, siempre en la provincia de Salamanca. "Nos dimos cuenta del patrimonio tan relevante y decidimos dedicarnos a investigación, recopilación y escuchar a nuestros mayores", desliza.

"Mientras escuchábamos a cientos de personas, iba recordando lo que me cantaban mis abuelos maternos, que cuando eres niño no le das tanta importancia", manifiesta. Cantaban en las labores domésticas y durante el cuidados de los hijos, pero también en el trabajo con el ganado o el cereal. "Con la perspectiva del tiempo te das cuenta de que en casa ya lo habíamos oído, pero no le dabas entonces esa relevancia que ahora documentamos", insiste.

Pilar Pérez, de Mayalde, rememora que las mujeres salían a los solanos y "enseñaban a los niños a zurcir o poner piezas preciosas a las sábanas". "Era una economía de subsistencia, y ella era básica. Era complementaria del varón en el campo y fue depositaria del cancionero. Nosotros tenemos hombres que nos han cantado, pero principalmente la mujer, que se lo cantaban a los nietos y son los que van recordando", relata.